Mundial Rusia 2018

    Día 19 | Del surrealismo ruso a la barrera eterna del cuarto partido

    La experiencia de viajar por tres semanas en Rusia deja una clara lección: para tener resultados, hay que hacer las cosas de manera diferente.

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    Por:
    Ricardo Otero.

    Como cada cuatro años desde 1994, se vieron rostros de lamentos entre los mexicanos en los Octavos de Final.

    Imagen AP
    Como cada cuatro años desde 1994, se vieron rostros de lamentos entre los mexicanos en los Octavos de Final.

    SAMARA, Rusia.- El país más grande del mundo también ha sido lo más inesperado y surrealista, casi como el mío.

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    Cuando viajamos a Samara hace cinco días, lo último que Diego Pinzón y yo habríamos pensado era que en la tierra que eligió Stalin para refugiarse si los nazis tomaban Moscú, nos subiríamos a un taxi con reggeatón a todo volumen. Y no fue uno, sino varios. Casi todos. Recibimos incontables recitales de Maluma, J Balvin, Bad Bunny, Becky G y Nicky Jam, entre otros.

    (Diego me ayudó a identificarlos, para mí todos suenan igual, me es más fácil diferenciar la Coca de la Pepsi. Yo odio ese género, como ya se habrán imaginado, pero fueron intentos tan amables de empatía de los choferes hacia los visitantes que me aguanté.)

    En general, el trato de los rusos fue amabilísimo. Se esforzaban por romper, de la manera que fuera, la barrera del idioma. Eso de que son fríos y duros de trato se quedó en cuentos.

    En el partido inaugural, notamos que la mítica estatua de Lenin del estadio Luzhniki de Moscú, obra de la era soviética, quedó arriba de una tienda oficial de productos del Mundial. Mismo destino de la fastuosa torre de la Universidad Estatal de la capital, detrás de la pantala principal del Fan Fest. No sé si a Valerian Kuybyshev, en cuyo honor se nombró a Samara de 1935 a 1991, le habría gustado ver su estatua al lado de una torre con logos de trasnacionales.

    Y así podría seguirme con toda la simbología soviética que convivió con cada elemento comercial del Mundial.

    Sochi es el balneario favorito de este país, con una playa al Mar Negro que, honestamente, nos hace entender por qué a los europeos le gustan tanto las latinas, con piedras que no permiten en realidad pasar un rato recostados ahí. Lo último que uno se espera es ver algo similar a una playa de Florida, California o México a media Rusia... Hasta que llegamos a Samara y vimos la del Volga... Sí, el Volga es un río. Los rusos tienen una playa hermosa al lado de un río.

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    Los ruskis (así se pronuncia "ruso" en ruso) se han esforzado por querer cambiar su imagen ante el mundo durante este torneo.

    Y llevo preguntándome desde las 20:00 horas locales que terminó el partido entre Brasil y México ¿por qué alineó Osorio a Rafael Márquez? ¿Por qué la misma apuesta que han tenido cuatro directores técnicos en cinco Mundiales con un jugador que, ahora, ya no está en nivel para soportar los 90 minutos a un ritmo incesante, en una temperatura que sofoca?

    ¿Por qué Juan Carlos Osorio no apostó por un planteamiento diferente si se ha dado cuenta -quiero pensar que se dio cuenta- de que no tenía un centro delantero eficaz?

    ¿Por qué no poner a jugar juntos a Hiving Lozano y Jesús Manuel Corona?

    Si nuestra afición ha hecho una química impresionante con la rusa a través de nuestro surrealismo, ¿por qué el fútbol nacional no puede tomar una bandera similar?

    Una cosa me ha quedado clara tomando el ejemplo de la experiencia rusa que hemos tenido: si quieres lograr cosas diferentes, haz las cosas de maneras diferentes.

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