Veracruz

    Veracruz: la humillación del 9-2 la sufre más la gente que los jugadores

    ¿Qué hizo la afición de los Tiburones Rojos para merecer el castigo casi infernal de un equipo que perdió toda esperanza?

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    Por:
    César Martínez Valenzuela.

    “Abandonad toda esperanza, ustedes quienes entran aquí” se lee justo a las puertas del infierno, según Dante Alighieri en La Divina Comedia. Lo infernal es pues en su origen la desesperanza absoluta, el dar por perdida cualquier oportunidad de redención tras caer en una desgracia fatal.

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    La histórica humillación de 9-2 padecida por los futbolistas, cuerpo técnico y directiva de los Tiburones Rojos de Veracruz en la fecha 14 de la Liga MX ante el Pachuca, sin embargo, no fue el equivalente de pasar por la puerta infernal de Dante. No, la desesperanza llegó cuando el descenso fue de antemano reemplazado por el pago de 120 millones de pesos.

    De modo que ni siquiera el 9-2 tendrá consecuencias deportivas.

    Futbolísticamente hablando, el descenso es una caída en desgracia que, no obstante, ofrece la oportunidad de redención con el ascenso. Es decir que sin descenso, sin la posibilidad de caer, tampoco existe la oportunidad de levantarse.

    Hay un equipo español, el Cádiz, en cuyo Estadio Ramón de Carranza su afición suele corear un cántico curioso: “Alcohol, alcohol, que hemos venido a emborracharnos, y el resultado nos da igual.” Y es que sus partidos como local en segunda división son auténticas fiestas en la grada: los cadistas viven esperanzados con regresar a primera y ajustar cuentas con su grandes rivales en Andalucía: el Betis y el Sevilla.

    Dicen que la afición del Cádiz es la mejor y la más fiel de España.

    Imagen Getty Images.
    Dicen que la afición del Cádiz es la mejor y la más fiel de España.


    En contraste, en este Veracruz el resultado le da igual a quienes saltan al césped, dejando el sufrimiento para quienes se sientan en la tribuna o frente al televisor para disfrutar de 90 minutos de golizas y desazones en contra.

    Irle a los Tiburones Rojos es como aquella descripción del infierno del novelista irlandés James Joyce en El Retrato de un artista adolescente. Esa del capítulo donde un cura le explica al joven Stephen Dedalus que el infierno es un castigo interminable; que mientras en la vida mortal el dolor termina eventualmente, en el averno el tormento es eterno.

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    Pareciera cliché, pero no. Para el aficionado escualo, la humillación comenzó mucho antes del 9-2 y seguirá tras el 9-2. Para los jugadores habrá sido un traspié pasajero cuando dejen de vestir la camiseta jarocha para ponerse la de cualquier otro equipo.

    Pero para ellos el castigo no será la goliza, sino haber abandonado la esperanza por patear un balón y vivir el fútbol como el infierno de Dante.

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