Juegos Olímpicos

    Con juegos así, ¿quién no detesta los inicios de semana?

    Crónica de un fin de semana olímpico. La resaca no impidió disfrutar grandes competencias de Río.

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    Por:
    TUDN


    Imagen Kyodo News

    Por L.M. Oliveira | @munozoliveira

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    Para no mentir hay que aceptar que ciertos sábados el tiroteo se pone tan duro como si uno fuera diana de competencia olímpica. Fue así: mientras comía en un restaurante me tocó ver el emocionante partido de básquetbol entre Brasil y Argentina. En el último cuarto Brasil dejó ir una ventaja de muchos puntos (creo que 8) y los argentinos empataron el partido en los últimos segundos con un tiro de tres. Los tiempos extras fueron igual de competidos. Y claro, entre emoción y emoción y con el corazón roto, me tomé varias copas de vino, porque el Oliveira no es gratuito y en deporte Argentina es acérrimo rival de los brasileños.

    En fin: juegazo y derrota para los locales. Luego la tarde se hizo noche y el vino lo trocamos por un destilado.

    El domingo, ya se imaginarán, me levanté indigno de cualquier descripción pública. Pero nada irreparable, y menos con la final de tenis varonil en el porvenir. Es más, si Juan Martín del Potro logró salir de esa lesión en la muñeca que tanto lo atormentó los meses pasados, para derrotar a Djocovic y a Nadal, que yo no fuera capaz de dejar atrás una ligera indisposición, sonaba vergonzoso.

    Entonces, azucé a mi mujer, que es Argentina y de ninguna manera se perdería la final por el oro, y convencí a un buen amigo, que disfruta de las tardes en una terraza con algún menjurje de esos que combaten la resaca, y así logré tener un plan perfecto para domingo: cielo despejado, cruda mínima y curable, partidazo en la tele, qué más: bueno, faltaba que del Potro pusiera la épica (y reconozco que prometí no llevar camisa de Brasil y apoyar al “hermano” de Latinoamérica: todo por un domingo feliz).

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    Cuando nos sentamos en la terraza, aún no terminaba el juego de Nadal, que perdió muy enojado frente al japonés Nishikori. El español se veía cansado ¿qué querían? si compitió en todas las disciplinas que pudo. En los medios de la península ibérica a eso le llaman pundonor, pero también puede ser ambición desbocada, delirio, ¿qué acaso no es un vicio no reconocer nuestros límites? sólo le faltó jugar bádminton.

    En el restaurante servían mimosas y las aceptamos con gusto, es una bebida amable con el espíritu. Según leí, Hemingway tomaba mimosas de ajenjo: es decir, en lugar de ponerle jugo de naranja a la champaña, le ponía la bebida de los pintores, por decirle de alguna manera. Bueno, ¿por qué no? Era París.

    Murray empezó muy fuerte, hasta dio la impresión de que acabaría con el partido en tres sets. Pero la épica de Del Potro apareció, y por más que Murray mostró un poder impresionante para contestar sus saques, y por más que le ganó la red con astucia, el argentino logró sacar un set y complicar el juego, aunque su cara era de sufrimiento, y en muchos momentos pareció que sus piernas no daban para más.

    Algunas mimosas más tarde (no muchas, era domingo), a todos nos dejó profundamente molestos que varios hinchas del de Tandil se marcharan antes de que terminara el juego, con tal de evitar el tráfico: era la final olímpica, no un partido de quinta, ¿cómo pedirle a un atleta con las piernas casi acalambradas que luche hasta el final, si quienes lo alientan prefieren huir del tráfico asumiendo su derrota (yo hasta me olvidé del Oliveira)?: no estaba muerto, aún dio batalla. Al final, sabemos, perdió en 4 sets.

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    Cuando terminó el juego nos volteamos a ver, claro que nos hubiera gustado un set más, el ocaso del partido marcaba el fin de nuestra tarde. Pero estábamos felices, así tendrían que ser los domingos.

    Al día siguiente supe que Brasil pasó sobre Colombia en fútbol, cómo me gustaría una final contra Alemania. También supe que en el vuelo que llevó a Juan Martín del Potro de vuelta a su país, la gente lo reconoció y le dio un gran aplauso. Yo también le aplaudí, luego me resigné y comencé la jornada. ¿Con domingos así, quién no detesta los inicios de semana?

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    L.M. Oliveira es escritor de novelas y ensayos. Además es investigador y profesor de filosofía. Gracias a que su madre es brasileña, apoya a Brasil sin remordimientos. En el México vs. Brasil le va al que más lo necesite. Algunas de sus obras son "La fragilidad del campamento" (Almadía) y "Resaca" (Literatura Random House). Su libro más reciente es "Árboles de largo invierno (Almadía 2016)".

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