Juegos Olímpicos

    Amateurismo, una idea del mundo boxístico

    La transformación de este deporte marca un rumbo que ha sido poco claro en su historial olímpico.

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    Contrastes entre espectacularidad y falta de protección para boxeadores

    Imagen Stephen McCarthy / Getty Images
    Contrastes entre espectacularidad y falta de protección para boxeadores

    Por Rodrigo Márquez Tizano | @rmtizano

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    Luego de 112 años de competencia amateur, el profesionalismo hizo su aparición en el boxeo olímpico. La tragedia, tan cacareada, nunca llegó. Ni siquiera el escándalo.

    Tres peleadores medianos empañaron la posibilidad (distante pero posibilidad al fin) que hace unos meses dividió al mundo del bofe: contar con peleadores de élite para reanimar un deporte cuyas instituciones rectoras consideran en instancias agónicas. Al menos ésa fue la intención de Ching-Kuo Wu, quien ha sido Presidente de la Asociación Internacional de Boxeo Amateur por más de una década y se ha convertido en una de las mentes más activas detrás de las cuantiosas reformas que el pugilismo amateur ha experimentado en los últimos años.

    Hace apenas unos días, y con el pretexto ése de la AIBA como telón de fondo (“acercar la disciplina olímpica a su contraparte profesional”), Carmine Tommasone, peso ligero, invicto en 15 combates pagados, venció al amateur mexicano Lindolfo Delgado y se convirtió en el primer profesional en participar de una justa olímpica. No hubo más drama que la queja. La pelea, flojita. Lindolfo sintió que la decisión unánime le quedaba aun más guanga. Pero nada más. No hubo lastimados, aunque muchos críticos de la incorporación de profesionales a los Juegos hubiesen deseado, secretamente, tener la razón. Y sin embargo, el temor de otros tantos detractores de la medida —entre los que me incluyo— no tiene fundamento en lo médico tanto como en lo moral. Acaso en lo estético, aunque tengo mis reservas en este último punto.

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    Ya lo dijo Carl Frompton, titular pluma de la AMB: “es como poner a un tenista a jugar bádminton”. El simplón hecho de que ambas disciplinas utilicen raqueta no las hace iguales. ¿Por qué si en atletismo la distinción aparece apenas cada 100 o 200 metros, cometen ahora la insensatez de mezclar en un mismo fardo dos prácticas tan diametralmente opuestas, cuyo único punto en común es (era, más bien) un pasado en común y el uso de los guantes?

    No se trata de que algún estilo pudiese tener ventaja sobre otro. La idea de que lo amateur como filosofía de vida desaparezca es lo que me parece terrible. En los Juegos Olímpicos siempre han existido pleitos entre bofes curtidos, arriba de los treinta, de escuela comunista casi todos, y jóvenes promesas cuyo paso por el amateurismo solía ser apenas un trampolín de lujo para asegurar una fructífera carrera en el profesionalismo. Ali, Frazier, Leonard, De la Hoya: todos bañados en oro, más tarde llegaron a convertirse en leyendas del deporte. Stevenson y Savón, tricampeones olímpicos, tuvieron una longeva carrera como amateurs despachando veinteañeros cada cuatro años.

    El caso del boxeo mexicano es distinto y una muestra clara, no sólo de la distancia entre ambas disciplinas, sino de que el estilo mexicano se halla en las antípodas del punteo por contacto. Salvo Alfonso Zamora, plata en Múnich 72, ningún olímpico “mexa” ha conseguido trascender en el boxeo de paga. Si la disparidad entre profesionales y amateurs sólo ha de atender a la experiencia (y hemos visto que esa distancia ha existido desde siempre) el debate de los críticos se
    reduce a lo médico, donde tampoco hay datos claros que inclinen la balanza hacia ninguno de los dos lados.

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    Hace tres años los amateurs varones se enfrentan sin protector de cabeza en todas las competencias sancionadas por la AIBA. La medida comenzó a acatarse en Los Ángeles 1984, disparada por la tragedia de Kim Duk-Koo, quien dos años antes, tras librar una feroz pelea contra Ray Mancini por el título mundial de los ligeros, murió de un derrame cerebral. El caso del coreano fue un parteaguas en la historia del boxeo: no sólo transformó, de refilón, la manera de resguardar el amateurismo, sino que incidió directamente en la reducción de 15 a 12 asaltos en los combates por campeonatos profesionales.

    Más de 30 años después y a falta de evidencia médica clara (según el AIBA, siempre) que certifique su efectividad contra las contusiones cerebrales, dijimos adiós al casco también en Juegos Olímpicos. Sobra decir que la desaparición de los protectores ha sido, cuando menos, polémica. Si sumamos esto a la decisión de incorporar profesionales al torneo y que el sistema de puntaje ha abandonado el contador computarizado —vigente desde el desfalco a Roy Jones Jr. en Seúl— para volcarse de nueva cuenta en la subjetividad del lápiz y el papel, el panorama podría vislumbrarse más que agitado en los próximos días.

    Pero nada va a suceder porque para la AIBA el amateurismo sigue estando al servicio de lo profesional. Los motivos de Wu pasan por acortar distancias. Quizá a corto plazo la diferencia sea imperceptible. Más bien una necedad. Lo mejor habría sido al menos tomar la decisión justo al terminar Londres y ofrecer cuatro años para regular los cambios con propiedad. Pero esto es una marca con vistas al futuro. Es decir: el objetivo a largo plazo es facilitar la transición al mercado y promover que el semillero amateur practique un boxeo más vistoso y conveniente para los promotores y los programadores de televisión (subsanar la crisis olímpica del boxeo estadounidense, un segundo criterio en la agenda, es mera consecuencia).

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    Y Sulaimán, ese paladín, quien por medio de amenazas veladas disuadió a los peleadores que ostentan fajines del CMB de siquiera pensar en participar, terminará por ceder cuando los resultados terminen alineándose con las finanzas.

    ¿Quién es el único herido? La idea de lo amateur, avasallada por la búsqueda de lo espectacular y la aparente contradicción que existe entre ambas. Pero incluso el mismo amateurismo parece tener dificultades entendiéndose, ya no digamos en practicar la dulce ciencia de su propia defensa.

    Quizá el mayor problema sea que el concepto de amateurismo suele ser mal entendido. Se le relaciona con la imagen del aprendiz o la inexperiencia y no con una idea del mundo: la de alguien que se consagra a una actividad o disciplina por el acto en sí y no por recibir a cambio un beneficio.

    Muchas veces se tacha de amateur a quien parece incapaz de ejercer el profesionalismo. Si el mundo del arte ha discutido extensamente sobre la figura de lo amateur no como un valor antitético a lo profesional y su registro es tan amplio que puede comprender tanto a quienes se instalan en el margen de cierta tradición central como a los que han decidido, por elección propia, participar de un modelo de producción más horizontal (y con otros medios), la discusión en el deporte comprende la relación del binomio solamente en torno a lo metálico.

    Hoy, en un mundo sacudido por el consumo descarnado, donde nuestras cabezas se ocupan sólo de la quincena y las horas de entrada y salida de una oficina, defender la idea de lo amateur y una meta más elevada que la impuesta por cierta jerarquía material, se ha vuelto más necesaria que nunca.

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    Rodrígo Márquez Tizano: Único sub-30 del equipo de 'Falsos Extremos'. Ha publicado los libros 'Caballos de fuerza' y 'Todas las argentinas de mi calle'. Editor de la revista Vice México. Volante de contención, en el campo es más 'Coyote' que 'Redondo': nunca saca la pierna en pelota dividida. Cuando no mira fútbol es porque hay box en la tele.

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