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    Juegos Olímpicos

    No es lo mismo un país sin medallas que medallas sin país

    “Sería injusto afirmar que la delegación mexicana en Rio representa a ese Estado que excluye, olvida y agrede a sectores enteros de su población”.

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    Enrique Peña Nieto y la delegación mexicana previo a viajar a Río 2016

    Imagen Héctor Vivas / STR
    Enrique Peña Nieto y la delegación mexicana previo a viajar a Río 2016

    Por Kyzza Terrazas | @anarconde

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    La euforia nacionalista es algo con lo que llevo una relación asimétrica, contradictoria a todas luces, sobre todo en lo tocante al ámbito deportivo. Por un lado me entrego al histérico fervor que, a menudo pero no siempre, me genera la selección mexicana de fútbol o algún atleta compitiendo en los Juegos Olímpicos —por más que se trate de una disciplina que desconozco o incluso me parezca ociosa como el tiro con arco; por el otro, detesto y rechazo la forma en que las mujeres y los hombres de las tribunas pintan sus rostros con los colores de sus países, cantan himnos y ondean con desmedido entusiasmo sus banderas.

    ¿Qué se exalta cuerpo adentro cuando apoyamos a deportistas de éste u otro país? ¿Qué quiere decir para ellos y ellas “representar” o “defender” ciertos colores? ¿Por qué a menudo lloran cuando les entregan una medalla de oro, ven izarse a su bandera y solemnemente escuchan su himno nacional? ¿Y por qué razón nosotros a veces nos conmovemos tanto cuando eso ocurre? ¿Piensan o pensamos en la historia de nuestros pueblos, en la Constitución, en “los héroes que nos dieron patria”, en las culturas que conforman los Estados y las costumbres en las cuales ellas descansan? ¿Qué está pasando, pues, cuando unas y otros invocamos o sentimos orgullos nacionalistas? ¿Somos producto pavloviano de ese bombardeo al que nos someten al sistematizar el endiosamiento de la patria en la educación pública? ¿No se parece más eso a una guerra que a una competencia noble? ¿O será que realmente nos sentimos identificados con las personas y formas de vida —tan multívocas, por otro lado— que conforman un Estado nación? ¿Qué condujo al llanto a Novak Djokovic, tenista número uno del mundo, cuando recién perdió contra el argentino Juan Martín Del Potro en primera ronda? ¿Lloraba por Serbia?

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    Más aún: ¿a qué condición es proporcional el número de medallas que gana un país?

    No tengo respuesta y seguramente ella albergue una combinación de factores históricos, psicológicos, políticos y quizá incluso atávicos. No cabe duda, empero, de que tales vehemencias pueden servir lo mismo para construir acuerdos y cohesión social que para justificar guerras o encubrir el despojo y la corrupción de los gobiernos que conducen el rumbo de los territorios.

    Estos son los primeros Juegos Olímpicos donde se ha permitido la participación de un equipo de refugiados. Competirán en natación, judo y atletismo, y los países de los que han tenido que huir son Siria, República Democrática del Congo, Sudán del Sur y Etiopía. No representan a nación alguna, sino, precisamente, a su opuesto: el no país, al conflicto, los sin papeles, la migración, al herido planeta cuyas fronteras políticas, desde cierta óptica, llevan tiempo siendo anacrónicas, por no decir asesinas. Representan al grupo de personas (más de 65 millones, según la ONU) originarias de países que no pueden garantizar su seguridad. Sin embargo, esa cifra incrementaría exponencialmente si le sumamos a quienes son originarios de países que tampoco pueden garantizar derechos humanos fundamentales: la justicia, dignidad, salud o educación de una parte importante de sus poblaciones.

    Sería injusto afirmar que la delegación mexicana en Rio 2016 representa a ese Estado que excluye, olvida y agrede a sectores enteros de su población; a un gobierno que ha sido insensible y pasivo ante la violencia y sus víctimas, incluidas las decenas de miles de personas desaparecidas a la par que sus familias; a una bandera que en muchos momentos tan solo sirve para simular la unión de un pueblo conformado por diversidad de culturas, donde unas valen más que otras; a una “patria” que permite e incluso en ocasiones promueve la violencia contra las mujeres en todas sus modalidades, incluyendo el feminicidio; a un territorio que fabrica niños sicarios.

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    Finalmente un Estado no solo está constituido por quienes detentan el poder; con seguridad los entusiastas atletas mexicanos piensan en asuntos más edificantes cuando hablan de poner en alto el nombre de su país. Pero también es verdad que los Juegos Olímpicos son un evento político. Es decir: cabe la duda de si resulta justo o pertinente que en este tipo de competencias deportivas uno esté obligado a representar países y que no exista forma de participar en otra modalidad.

    Tomando como primer paso este equipo de refugiados, quizá el Comité Olímpico pudiera revisar sus propias reglas y pensar en un sistema de competencia que evite confundir grandeza nacional con número de medallas de oro. Uno que impida a los gobiernos colgarse medallas que casi nunca les pertenecen. Porque no es lo mismo un país sin medallas (México) que unas medallas sin país, como las que ojalá gane alguna de las refugiadas.

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    Kyzza Terrazas es escritor y cineasta. Ha publicado dos libros de relatos: El primer ojo( 1997) y Cumbia y desaparecer (2010). Ha escrito y dirigido Matapájaros (2005), El lenguaje de los machetes (2011), Carta al ingeniero (2012), y Somos lengua (2016). Actualmente prepara su tercer largometraje, Bayoneta, película situada en el mundo del boxeo, que comenzará producción a principios del 2017.

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