Fútbol

    Cámara Húngara | Hola de nuevo, querido fútbol

    En Univision Deportes estamos de manteles largos. León Krauze, entrañable periodista y gran conocedor de fútbol escribe su primera columna. ¡Bienvenido!

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    Por:
    León Krauze.


    Imagen Bob Thomas/Getty Images

    Al invitarme a escribir en este espacio, mis amigos de Univisión Deportes me han traído gratos recuerdos. Comencé en el periodismo deportivo hace ya un cuarto de siglo, cuando tenía apenas diecisiete años y no había ni siquiera terminado la preparatoria. Mi vocación despertó, como tantas otras, con un momento de indignación. El mío tuvo que ver con el fútbol, mi pasión de infancia.

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    Corría el año de 1992. Después de más de un lustro de amargura entre la suspensión de los cachirules y la horrenda Copa de Oro de 1991 con Manuel Lapuente, la selección mexicana vivía una suerte de renacimiento de la mano de un excéntrico genial llamado César Luis Menotti. El 'Flaco' tenía entonces 54 años de edad. Había ganado el Mundial del ’78 con Argentina y, a pesar de cargar con una serie de fracasos recientes, llegaba a México con aura de filósofo.

    Menotti enfrentó el rechazo xenófobo de varios de sus colegas mexicanos, el escepticismo de buena parte de la prensa y la animadversión aviesa de un sector de los directivos. En la cancha, sin embargo, lo de Menotti fue mágico. Aunque su selección estuvo lejos de ser una aplanadora, el 'Flaco' comenzó una revolución mental, persuadiendo a los jugadores a atreverse al riesgo de la picardía. Por aquellos tiempos, Nacho Ambriz me contó en una entrevista lo que Menotti le había dicho, con absoluta vehemencia, durante un entrenamiento: “si quiere hacer usted un sombrerito en el área, Negro, hágalo”. Sobra decir que ni Ambriz ni sus compañeros habían escuchado jamás una invitación semejante al arrojo. El resultado fue el principio de la modernidad del fútbol mexicano, ni más ni menos.

    Por desgracia, el fútbol mexicano tiene la costumbre de aplastar sus logros. Para diciembre de 1992, Menotti se hartó de la grilla y dejó al equipo. Aunque el motivo había sido evidentemente distinto y ajeno a su control, Menotti asumió la responsabilidad de la renuncia. Recuerdo haber reaccionado con rabia. En algún momento de esas semanas me senté frente a la computadora y escribí mi primer artículo de opinión, lleno de ira ante la estulticia de los “señores de pantalón largo”, esos que ya antes nos habían robado el Mundial del ’90 y ahora pretendían desarticular el primer atisbo de verdadero carácter en una Selección mexicana. Ese artículo terminó publicado en el periódico El Norte de Monterrey y el resto es historia.

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    Con el tiempo dejé el periodismo deportivo para dedicarme a otros asuntos, pero nunca abandoné – ni abandonaré jamás – mi amor por la pelota, sus euforias y desconsuelos. Con el tiempo escribí tres libros de historia futbolística, entre ellos la del Cruz Azul de mis amores (y dolores) además de decenas de documentales para la serie “Hazaña: el deporte vive”, de Editorial Clío. Pero los momentos más entrañables los he vivido frente a frente con los protagonistas de nuestras ilusiones: los futbolistas.

    No olvido la serie de entrevistas de semblanza con los jugadores de la Selección nacional que publiqué entre 1993 y 1994 en el naciente Reforma. Entrevistar a un jovencísimo Luis García en Madrid, en un pequeño restaurante apenas a unos metros del Vicente Calderón, sigue siendo inolvidable, lo mismo que tratar de entrevistar a un eternamente bromista Jorge Campos en el vestidor de Pumas, o descubrir el origen del carácter bravío de Miguel Herrera, con quien conversé con la pequeña Mishelle corriendo de un lado a otro en un departamento. A Carlos Hermosillo lo entrevisté en el hotel de concentración de Cruz Azul y a Félix Fernández en la cancha del entonces Estadio Azulgrana. Al serio pero entrañable Miguel España lo conocí rodeado de su familia. Todavía guardo los casetes de cada charla.

    Tampoco olvido el privilegio de haber sido cronista de la Selección Mexicana en el 2006, tecleando a toda prisa desde las gradas de prensa en los estadios alemanes, gritando jubiloso la gloria de Rafa Márquez (a quien había entrevistado tiempo antes en el vestidor del Barcelona: recuerdo verlo conmoverse al recordar a su padre) y llorando la maldita acrobacia de Maxi Rodríguez. El gusto por el futbol y la admiración por los protagonistas me durará la vida entera. Lo mismo que la empatía por su esfuerzo y sacrificio.

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    Años después me encontraría entrevistando a Javier Hernández para Univision. Hablamos de su vida y el amor por sus padres, recordamos sus inicios y esos días amargos en los que, desconsolado, había querido dejarlo todo. Y entonces 'Chicharito' empezó a llorar. Me costó trabajo no llorar con él.

    Ya no soy ese adolescente que empezó a escribir hace tantos años, pero sigo aquí, contando las horas para el silbatazo inicial de la Copa del Mundo. Con ese entusiasmo escribiré aquí, semana a semana. Por cierto: nunca conseguí entrevistar a Menotti. ¿Alguien lo conoce?


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